El íntimo relato de un garzón presidencial de La Moneda: “Para el estallido el presidente Piñera no comía, teníamos que obligarlo”

El íntimo relato de un garzón presidencial de La Moneda: “Para el estallido el presidente Piñera no comía, teníamos que obligarlo”

Arnaldo Castillo trabaja hace 18 años como garzón presidencial en La Moneda. Ocho de ellos trabajó para Sebastián Piñera, a quien recuerda a un año de su muerte, con anécdotas de los momentos que marcaron su gestión, de los que fue testigo preferente. Cuenta que para el estallido social el entonces mandatario no dormía y que el trabajo era de domingo a domingo. "Le decíamos: 'presidente, coma algo'", recuerda.

—¿Es verdad que murió el presidente Piñera?

El día del accidente, el 6 de febrero de 2024, en las oficinas del Presidente Gabriel Boric, en La Moneda, la pregunta se repetía entre los funcionarios, entre ellos los garzones del Mandatario. La mayoría trabajó con Piñera en sus dos gobiernos, por lo que paralizaron sus labores para ponerle atención al televisor -que precisamente fue regalado durante el segundo paso del fallecido presidente-.

Boric también se acercó al televisor que atentamente miraban los garzones.

—Presidente. ¿Es verdad que murió Piñera?—, se repitió en la sala.


Boric no supo qué responder. Aún la noticia no era confirmada.

Ese es el recuerdo, del día de la muerte del expresidente de la República, que tiene Arnaldo Castillo Carrasco (57 años), quien ha trabajado 18 años en La Moneda como garzón presidencial. Ocho de esos junto a Piñera.

“Fue mucho tiempo juntos y muchas historias. Hay mucho cariño de por medio”, dice Castillo a The Clinic, en el primer aniversario de la muerte del expresidente.

El garzón acota que accedió a esta entrevista en medio de sus vacaciones y con la finalidad de rescatar el legado de Piñera. Por lo mismo, agrega, no se referirá a detalles de ningún otro mandatario -ni asesor-, resguardando la confianza y privacidad que le exigen en su posición.

Ese mismo cariño fue el que lo hizo asistir al funeral y sacarse una foto -junto a un mensaje- para el álbum familiar de mensajes de los Piñera Morel.

“No me importó si se podía ver feo, quise ir. Y fuimos varios. Porque yo tengo un cariño inmenso hacia esa familia. En algunas ocasiones me tocaba trabajar en su casa”, admite. Recuerda también que Cecilia Morel ha preguntado por él en las instancias en que han compartido tras el fin del segundo gobierno de Piñera.

Es con ella que, precisamente, recuerda una de sus primeras anécdotas con el expresidente.

“El presidente no era de nombres. A muchos nos tenía apodos y a mí me decía Mandolino (como el comediante), por guatón. Entonces, un día me dijo: ‘Mandolino, me puedes traer un café por favor’. Y la señora Cecilia lo interrumpió”, rememora.

“‘No le digas más Mandolino, él tiene un nombre’, le dijo la señora Cecilia”, cuenta el garzón. Y agrega: “Él respondió: ‘Es que no me lo sé’. No le digo más Mandolino'”.

Pero Castillo no tenía problemas con el apodo, ni tampoco con que no lo llamaran por el nombre: “Igual me seguía diciendo Mandolino, pero era entre los dos”.

“El Presidente Piñera nunca fue de nombres. De decir los nombres. Era de miradas y sabía mucho quién era quién. Pero siempre decía ‘oiga’. Hasta hoy molestamos con eso. ‘Oiga’, decimos, nos acordamos de eso”, recuerda el funcionario de La Moneda.

También añade: “La Presidenta Bachelet nos nombraba a todos por los nombres. Pero ella era más de piel. Boric también es más de piel, nos sabe los nombres, le gusta la relación directa, llamar por teléfono. No hay que pasar por una secretaria, ni nada. Piñera era más en su cosa. Pero nos tenía harto cariño, porque uno siente eso. Y era real. No necesitas que te llamen por el nombre para eso”.

“Era de gustos simples: carne con papas fritas y Churrasco Italiano en la tarde”
Castillo recuerda que servir un café en el escritorio de Piñera era una misión imposible. “Le encantaban los papeles y su escritorio estaba lleno de papeles”, rememora.

Eso sí, aprovecha de desmentir que el expresidente haya sido de gustos sofisticados en el día a día. “Es un mito eso de la centolla, del caviar, él era de gustos simples: carne con papas fritas y Churrasco Italiano”, dice Castillo.

—¿Era de gustitos?

—A él le gustaba mucho comer en la tarde, cuando tenía reuniones largas, que le hiciéramos un Churrasco Italiano. 

—¿Y el plato preferido?

—Como te decía. La carne con papas fritas. La comida casera. Mucho café y Coca Cola Light con una pizca de limón.

—¿Tenían que probar la comida antes que él?

—Eso es un mito. Tanto nosotros, como los cocineros, son todos de confianza. Entonces ese es un mito. A veces, cuando tenía actividades, sí esperaba que nosotros le lleváramos las bebidas, café o una copa de vino. Cigarros, también. Fuera de La Moneda también nosotros éramos los que le teníamos que servir.

En todo caso, Castillo sí recuerda un día que la comida fue más sofisticada. Fue el 21 de marzo de 2011 cuando Barack Obama vino a Chile durante el primer gobierno de Piñera.

“Cuando llegó Barack Obama me tocó atenderlo. Y ahí estábamos supervisados por dos guardaespaldas enormes. Entonces, de repente vemos que salen con un maletín sellado, lo abren y sacan un agua mineral y un vaso de plástico. Y nosotros le habíamos puesto un vaso de agua a cada uno. Y ellos le sacan el vaso y le ponen ese vaso de plástico”, recuerda. Agrega: “Si mal no recuerdo ese día sí hubo centolla”.

“Era muy trabajólico y no tenía horarios… salíamos hasta a las once de la noche”
Antes de llegar a La Moneda, Castillo trabajaba en El Cacerío, un restaurante español en Borderío, Vitacura. Luego, cinco años después de que había mandado su curriculum, lo llamaron desde Presidencia.

Ahí le tocó ser testigo preferente de los últimos años de la presidenta Michelle Bachelet en su primer mandato y luego de la llegada de Piñera al poder, después de todos los años de La Concertación.

“Al principio fue bien complicado. Porque fue el primer gobierno democrático de derecha en democracia. Había desconfianza, porque nadie sabía con quién estaba trabajando”, recuerda el garzón.

“Al principio Piñera quería eliminar el casino y externalizarlo, pero después entendió la necesidad de tener gente de confianza y con nosotros cada vez fue aumentando hasta llegar un punto que si no nos veía a veces no aceptaba nada. Nosotros le llevábamos todo. Nos miraba y sabíamos al tiro lo que necesitaba, si eran cigarros -porque en su primer gobierno fumaba mucho-, bebida, agua, lo que fuera”, agrega.

Eso sí, dice que los primeros años no fueron fáciles. “El primer año fue superduro, porque a pesar de que fue elegido con porcentaje importante, mucha gente no comulgaba con él y se manifestaban en las actividades. Nos pasó en las inauguraciones del 18 de septiembre, cuando le tiraron monedas. Nosotros quedamos a tiro de cañón porque estamos al lado del Presidente”, cuenta.

También, dice que desde el principio Piñera era obsesivo con el trabajo. “Era muy trabajólico, entrábamos a las 7 de la mañana hasta que se iba, que podía ser a las diez o a las once de la noche, según el día. No tenía hora de salida. Imagínate para el estallido y la pandemia”, comenta.

—¿Cambió entre los gobiernos?

—Sí. Mucho. El primer periodo fue como muy intenso. Llegaba de China o de Japón y podíamos estar todo el día. Tenía una energía inagotable. El segundo periodo llegó no tan intenso. Era intenso pero ya sabía a lo que se enfrentaba.

“Para el acuerdo del 15 de noviembre al Presidente le salió de corazón un ceacheí”
“El segundo gobierno fue muy complicado, por todas las cosas que pasaron”, dice Castillo, quien recuerda la intensidad de los días de estallido social.

“Lo de las pizzas fue una cosa fortuita, injusta, porque era el cumpleaños de un nieto y nadie sabía a esa altura lo que iba a pasar”, asegura el garzón.

—¿Estaba estresado en esos días?

—Más que él, la gente que lo rodeaba. Él mantenía más la calma. Él tenía una coraza de hierro. Como que nada le entraba. Eso sí, él estaba preocupado por su gente, por su señora. Tenían una excelente relación. La señora Cecilia es una gran persona, le tengo muchísimo cariño. 

—¿Comía en esos días?

—En el estallido no comía, teníamos que obligarlo. Esa es nuestra función. Le decíamos: “¿Presidente va a comer?”. “No quiero”, respondía. “Le preparamos lo que quiera, coma algo”, le decíamos. Le preparábamos y ahí quedaba, el plato intacto. Más que angustiado, estaba preocupado y se le acentuaba el movimiento en el hombro. Solo nos pedía café. Teníamos que cortarle el café de tanto que tomaba.

Recuerda que en esos días Piñera también les preguntaba personalmente a cada uno cómo estaban, principalmente preocupado por el regreso a sus casas.

“Nosotros teníamos jadeo todos los días, un día estuvieron a punto de entrar a La Moneda. Trabajábamos todos los días. Esperábamos que se fuera la gente para poder salir. Habilitaban una salida y salíamos por ahí. O salíamos y nos incorporábamos a marchas para poder salir. Estábamos rodeados por todos lados”, rememora. Y agrega: “También era complejo para nosotros, porque nos encontramos con gente en la calle, amigos, que dicen: oye dile a tu Presidente, oye dile a tu Presidente. Es la pega de uno nomás”.

—¿En qué momento lo vio más feliz?

—Cuando logró el acuerdo del 15 de noviembre. Estaba en La Moneda. Estábamos ahí. Fue de amanecida. Empezó a llamar a los más cercanos, a felicitar. Ahí se dan cosas que se dan del momento: le salió un ceacheí. Salió de corazón. A él, con todos los asesores y ministros que estaban ahí. Él tenía claro que el acuerdo era necesario. Vivimos hartas cosas… Fue muy emocionante para todos. Llevábamos muchos días de angustia. Ese es su gran legado, también los logros económicos del primer gobierno y el manejo de la pandemia. Fue un gran presidente.

—¿Y en la pandemia también estaba angustiado?

—Trabajábamos muchos días y nunca se enfermó. Estuvimos cuando encargó las vacunas, no dormía nada. Trabajaba todo el día, de domingo a domingo. Le dio la misión a Rodrigo Yáñez y le dijo que hablara directo con los laboratorios. Era bien normal en la pandemia. Se maneja muy bien en la pandemia, la gestión era lo que más le acomodaba. Él dio las directrices. 

—¿Para ustedes fue complejo?

—En la pandemia teníamos que sanitizar todo. Hicimos dos grupos: zona sur y zona norte. Como éramos ocho, nos dividimos en grupos de a cuatro. Nos pasaban a buscar a la casa y después a dejar. Y nos hacían PCR todos los viernes. Estuvimos como un mes sin descanso. Desde las 7 de la mañana hasta que el Presidente se iba, a las 22 o 23 de la noche. Piñera no paró de trabajar para la pandemia, sábado y domingo igual. Trabajaba todos los días. En el estallido social igual. 

—¿Alguna anécdota que se pueda contar?

—Anécdotas que se pueden contar hay un par, porque igual tenemos que cuidarnos. ¿Te acuerdas cuando renunció la Paula Daza? Yo escuché que le dijo a uno de sus asesores: “¿Esto no nos va a traer problemas?”. “No, Presidente”, le respondió. Insistió: “¿Está seguro?”. Y le volvió a insistir. Tres veces. Al final la firmó, porque preguntó tres veces. Y trajo problemas. 

También, dice Castillo, cuando no le salían las cosas Piñera tenía su carácter. “Ahí había que dejarlo solo”, cuenta. La que mejor lo manejaba en esos casos, comenta, era su secretaria Sarita Larraguibel: “Le sabía todo, al pie y al derecho. Donde estaba cada papel”.

Fue la secretaria, quien, a nombre de Piñera, les regaló un tazón con el nombre a cada uno de los garzones en forma de agradecimiento. Castillo, dice, no tiene problemas en guardarlo en La Moneda y utilizarlo en las mañanas.

Incluso, confiesa, a veces se lo presta a alguna que otra autoridad que prefiere tomar café en tazón grande.

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